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- entrevosyelcaos
- Jan 4
- 3 min read
Intento escribir desde el mismo lugar, con las mismas ideas, como si al hacerlo pudiera cambiar el final de una película que ya vi. Llegan las vacaciones, el largo y merecido descanso tras tanto estudio, y nada pasa.
Nada pasa. No hay amoríos de verano, reuniones con amigos ni vacaciones en la playa. Nada pasa. No hay excursiones en la naturaleza, buen dormir ni descansos sin tener que limpiar. Nada pasa, nada llega, nada cambia.
Entonces, uno se sienta o se acuesta a mirar el techo y piensa en todas esas cosas. Las fotos que ves en Instagram, donde todos parecen pasarlo mejor que vos, aunque sea solo una ilusión óptica. Las anécdotas de personas que parecen haber vivido todo, mientras vos te quedabas en casa estudiando para algo que nunca sabrás si valió la pena perder.
Eso tiene el pasado: el futuro podés cambiarlo, pero el pasado tiene esa capacidad de mezclar la nostalgia con el arrepentimiento, como si soñar con un pasado distinto pudiera regalarnos un presente mejor.
Pero, como ya sabrán, nada pasa. Me siento a leer, a disfrutar de los proyectos que siempre quise completar, pero hay una serie de fondo o mamá cocinando. Porque me siento sola. Nada pasa y nadie llega.
Entonces, me siento mal porque estoy feliz con lo que tengo, con lo que logré superar en un año tan difícil, pero tan fácil. Con todo ese hermoso futuro que podría imaginar, y aun así nada pasa. Seguimos en el presente.
Y finalmente, no importa la música de fondo, la serie en la computadora o la compañía de tus viejos, porque nada pasa, nadie llega y nada cambia. Estás solo, con tus pensamientos. Ya no podés ocultarlos. No pensamos cuando estamos ocupados; nos olvidamos de pensar. Pero ahora, con tanto tiempo libre, vuelvo a pensar. Pienso en eso: nada pasa, nadie llega y nada cambia. Y no puedo hacer nada al respecto.
Perfección
Si algo tienen que saber de mí, es que casi nada de lo que hago me gusta. No me gusta cómo escribo, cómo salgo en las fotos ni cómo me ven los demás. No me gusta cómo me presento, cómo hablo ni cómo me muevo. No me gusta cómo me quedo parada en un lugar ni cómo charlo con otros. No me gusta lo que logro, las notas que saco ni los avances que hago.
Nada me gusta. Y como nada de eso me gusta, siempre creo que puedo hacerlo mejor.
Uno podría pensar que eso está bien, siempre hay algo que escalar. Pero a mí me atormenta. Sí, "atormenta" es la palabra. Porque no hay otra cosa que pueda pensar un jueves de madrugada mientras escribo esto. Porque me frustra no seguir publicando en este blog. Porque me frustra sentir que no lo hago ya que creo que no vale la pena.
Es como un círculo, o tal vez un pentágono que va de esquina a esquina dándose golpes. "No me gusta", "no vale la pena publicarlo", "no tengo nada interesante que decir", "es irrelevante, porque además nadie va a leerme".
Y lo peor de todo es que la única razón por la que publico en este blog, posteo en Instagram o sigo grabando videos para subirlos en privado, es porque me gusta. Me gusta la sensación que recorre mi cuerpo cuando subo una foto a las redes, cuando encuentro un TikTok gracioso para compartir o cuando escribo y mis dedos se mueven solos. Hay algo más allá de toda esa imperfección. Porque sé que nada de lo que haga será realmente suficiente en mi cabeza, y eso queda atrás.
¿Y qué si escribo mal? Estoy aprendiendo. ¿Y qué si nadie lee mis entradas del blog? Me gusta armar mi página. ¿Y qué si soy diferente? Todos lo somos. ¿Y qué si digo o escribo cosas aburridas? A mí me gustan. A mí me gusta. Y creo que, en el fondo, eso es lo único que debería importar.
Vivo con ansiedades y miedos que me atraviesan cada vez que estoy en eventos con muchas personas. Escucho a todos, sabiendo que nadie querría escucharme. Pero, cuando realmente noto que mis palabras valen la pena, mi garganta se cierra. No sé qué será de mí en el futuro. Solo sé que hablar sin parar me hace feliz, incluso al recordarlo.
Supongo que el ser humano viene con las contradicciones más complejas y caóticas.
Con amor,
Vale.
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